La salud abundante es la condición normal y natural de la vida. Dios jamás engendra la enfermedad ni el sufrimiento, ni la aflicción; estos males son obra exclusiva del hombre, pero tan acostumbrados estamos a verlos sobrevenir que nos parecen naturales y hasta necesarios.
Para procurar la salud del cuerpo, es menester también procurar la salud de la mente, que a su vez curará el cuerpo enfermo. En el grado en que vivamos alineados con nuestro ser y conozcamos mejor las fuerzas mentales y espirituales, atenderemos también en menor grado al cuerpo, que se alineará en concordancia.
Mucho más sanos estaríamos si no nos preocupáramos tanto por la salud. Por regla general, quienes menos piensan es su cuerpo gozan de mejor salud. Es necesario poner atención al cuerpo, darle el necesario alimento y el conveniente ejercicio al sol y aire, así como mantenerlo limpio; pero no te preocupes de más. Aparta tus pensamientos y esquiva tus conversaciones de enfermedades y dolencias, porque el hablar de ellas te causará daño a ti y a quien escuche. Atiende a cosas provechosas, comunica salud, energía positiva y vigor.
Jamás podremos gozar de salud pensando en la enfermedad, ni alcanzar la perfección hablando y escuchando de imperfecciones. Rechaza siempre toda imagen de enfermedad y emoción nociva. Hemos de tener siempre ante los ojos de la mente ideales de salud y armonía.
La buena salud física vendrá por añadidura.
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