Todos somos uno. Estamos tejidos por una misma tela, somos parte de algo que está más allá de nuestro yo individual.
El océano es una analogía maravillosa para comprender el alma. Visto a distancia, desde un satélite, el océano parece uno, quieto e inanimado, una enorme franja azul que circunda la tierra. Sin embargo, conforme nos acercamos, comprobamos que está en movimiento constante, agitado por corrientes y mareas, remolinos y olas. Y nosotros vemos esos patrones como entidades distintas. ¿La ola es ola o mar? Cuando una ola se levanta podemos ver su cresta, su rompimiento y su movimiento a la orilla. Pero es imposible separar esa ola del océano. Es imposible sacarla con un balde y llevarla a casa. Si tomas una fotografía de esa ola y regresas al día siguiente, ninguna será exactamente igual.
Como esas olas en el mar, los humanos nos decimos constantemente: “Yo soy una ola”, “Sí, y yo también”, “Pero yo soy más alta”, “sí, pero yo hago más espuma”… hasta que finalmente desaparecen ambas para volver a ser mar.
La vida de una ola es de aproximadamente tres segundos, pero el océano no muere. Los humanos vivimos unos 80 años, en promedio, pero nada comparado con la eternidad de la vida. ¿Qué somos entonces realmente?,¿Cuerpos separados o espíritu humano, conciencia?
A los humanos nos une el mismo espíritu. Todos estamos intentando cubrir nuestras propias necesidades, superar nuestras propias dificultades y buscar nuestra propia felicidad. Pero todos somos parte del mismo universo vasto e infinito.
Y esta comprensión nos ayuda a que cuando tomemos una decisión, pensemos si lo que resolvemos nos une o nos separa de los demás. Siempre es posible recurrir a la parte universal del alma, al campo infinito de potencial puro y modificar el curso de nuestro destino.
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